Por: Rolando Calderón, abogado.
El caso peruano, respecto a su economía, es bastante particular, por no decir, único en el mundo.
Nuestro país, siendo el vigésimo en extensión territorial a nivel mundial, así como el quinto más poblado en Sudamérica, la quincuagésimo segunda (52) economía a nivel mundial, es un caso bastante particular y digno de análisis y estudio.
El Producto Bruto Interno de nuestro país (PBI) o “National Gross Product” (NGI) por sus siglas en inglés, el año 2021 fue de US$ 223,200.00 (DOCIENTOS VEINTITRES MIL MILLONES DE DOLARES), lo cual representa, en relación con el monto de la Deuda del país un 33.37%, cifra bastante manejable y que apoya al país en sus márgenes de endeudamiento y negociación de sus deudas actuales y futuras.
En la actualidad, la economía peruana, reporta pequeños índices de inflación (menor que la de otros países de la zona) pero a nivel local, es preocupante, por cuanto, “ya nos habíamos desacostumbrado” a la misma, en base a un manejo prudente tanto de las tasas de encaje, interés y otras conexas que son dirigidas desde el Banco Central de Reserva (BCRP).
Sabemos, además, que nuestra economía, como país, tiene fortalezas en las exportaciones (de minerales, sobre todo de cobre y oro, siendo seguidas por las exportaciones de agroindustria (específicamente arándanos, uvas, espárragos, mangos y otros productos similares, así productos derivados de la pesca y un gran número de otros productos que completan esa cifra que; felizmente y gracias al avance del comercio mundial, crece anualmente y hace que nuestra “Balanza Comercial” (lo exportado versus lo importado), sea positiva, hace varios años ya, dejando un saldo positivo de divisas al país.
La guerra entre Ucrania (uno de los principales exportadores de cereales del mundo) y Rusia, agravó el alza del precio de éstos, a nivel mundial y esto se reflejó de inmediato hace varios meses, en la “canasta” de productos alimenticios de nuestro país, particularmente en el pollo (principal proteína de la mesa peruana) y arrastró el alza de los precios.
La Pandemia del COVID 19, hecho inédito en el mundo luego de más de 100 años (recordemos que la última epidemia a saber, fue la llamada “gripe española” de principios del Siglo XX, sin haber aparecido los antibióticos aún, lo que llevó a una gran mortalidad) y que ciertamente; fue un hecho que remeció al planeta (encontrándolo en aras de conquistar otras galaxias sin haber terminado con los problemas en la suya) fue un detonante para resetear a la economía a nivel mundial con la paralización de casi todas las actividades, pero también, sirvió para el rápido desarrollo de otras en el mundo digital, sobre todo (bien sea uso masivo del internet para la ventas, comercio electrónico, uso de servicios digitales, plataformas de pago, etcétera).
Por otro lado, un hecho fundamental que habría que tomar en cuenta, es la migración masiva de ciudadanos venezolanos, colombianos y de otras nacionalidades a nuestro país, justamente por el aliciente de una economía más estable, sin duda, que la de sus países de origen.
Solamente ciudadanos venezolanos registrados, tenemos cerca de un millón y medio de habitantes más (cerca del 5% de la población actual del Perú), población que demandará una lógica ampliación de los servicios de salud, educativos, de previsión, etcétera, con un indudable costo para el Estado Peruano, en detrimento de sus nacionales (sin ser ésta una crítica xenófoba, si no, ajustada a la realidad).
Esto hace que el Estado, tenga que invertir más para poder llegar a más habitantes de nuestro país.
El concepto “informalidad”, se ha ubicado en casi todos los aspectos de la vida cotidiana de los peruanos: transporte, venta de productos y servicios, actividades extractivas, etcétera.
Es el caso que; podemos entonces hablar de una “informalidad positiva” y de una “informalidad negativa”, en nuestro concepto, a la primera de las mencionadas se trata de una actividad que; si bien es cierto, es “formal” en un inicio (por ejemplo, el vendedor informal de golosinas en un cruce de Avenidas viene felizmente, con el denominado Impuesto General a las Ventas (IGV), ya pagado por el productor, el mayorista, el distribuidor y el minorista, muchas veces.
Al igual que en el caso del transporte, pese a ser desordenado, en muchas partes, suple la carencia de un transporte de calidad, éste tributa ya en vía indirecta con el consumo de los combustibles, que “salen” de la planta con el Impuesto cargado, al igual que en el distribuidor (grifo o estación de servicio).
En el caso de la “informalidad negativa”, es un caso claro, la llamada “minería ilegal”, que, si bien es cierto, extrae un recurso preciado como el oro del río de nuestra amazonia, la depreda y crea condiciones de trabajo semi esclavo en dichas zonas, así como en las zonas altas del departamento de Puno (por cierto, uno de los más pobres de nuestro país).
Pese a todo lo antes descrito, el Perú, sigue siendo un destino atractivo para la inversión, con muchísimos recursos por explorar y explotar, lo mismo que para surtir de servicios a sus Provincias, que, si bien es cierto, han experimentado mejoras sustantivas las últimas décadas, aún no son suficientes.
Así pues, aunque hemos pasado últimamente todos los eventos mencionados, necesitamos del concurso de los mejores peruanos y porque no; de quienes desde afuera crean en este maravilloso país, para invertir su dinero y sus ganas de vincularse con la nación en que se generó una de las más impresionantes civilizaciones de la antigüedad y cuyos herederos en su mayoría son gente seria, de bien y de trabajo.