Por: Didier SAINT-GEORGES – Managing Director y Miembro del Comité de Inversiones Estratégicas
Hace ya cinco meses que los mercados financieros oscilan entre la esperanza de una recuperación económica a corto plazo —que renace esporádicamente ante la posibilidad de que China y EE.UU. alcancen un oportuno acuerdo comercial— y la constatación de la impotencia creciente de los bancos de reserva ante una desaceleración económica generalizada de la que han perdido el control.
En septiembre, la interveción del Banco Central Europeo (BCE), así como algunos indicios alentadores relativos a las tensiones comerciales, permitieron contrarrestar parcialmente los daños que sufrieron los mercados bursátiles, registrados a principios del mes de agosto. No obstante, el retraso de la FED (Banco de Reserva Norteamericano) y la escasa capacidad que aún tiene el BCE para influir en los mercados no permitieron que la renta variable remontara más. El dólar siguió apuntalado por una política monetaria aún demasiado restrictiva, lo que explica en gran medida la rentabilidad inferior de los mercados bursátiles emergentes, que se mantienen por debajo de sus máximos del año.
De todos los caminos que se abren en la actualidad ninguno parece poder llevarnos muy lejos de la situación vigente: las políticas monetarias ya son marcadamente acomodaticias a escala global —son ya cuarenta y tres rebajas de tipos registradas en todo el mundo desde inicios de año— y acusan una falta de contundencia. La FED sigue mostrándose reticente a intensificar sus medidas y China no logra materializar una reactivación económica. Solo queda la perspectiva de un acuerdo comercial, que en la actualidad tendría sentido para ambas partes y que mantiene la esperanza de los mercados de un último repunte a finales de año.
Ya en el último trimestre, llega el momento de reflexionar sobre el rumbo que podrían tomar los mercados el 2020, que se perfila como de inflexión potencialmente importante. Si no se hallara ningún remedio convincente a la impotencia cada vez más manifiesta de los bancos centrales, comenzaría a materializarse una coyuntura de deterioro macroeconómico, con consecuencias previsibles en los activos de riesgo. Esta hipótesis no debería constituir una premisa principal a estas alturas, ya que supone que los políticos se comportarían como sonámbulos y ni Trump, ni la FED, ni China tienen interés en dejar que una dinámica recesiva se afiance en sus países. No obstante, no deberíamos confiarnos: los ojos abiertos de los sonámbulos no denotan sino la apariencia de lucidez. No sería la primera vez que se cometen graves errores de política económica.