Mag. Natalia Tieso, Directora Maple Bear en Latam
En muchos países de América Latina está comenzando un nuevo ciclo lectivo que parece ser prometedor en cuanto al regreso de las clases presenciales. Los programas extensivos de vacunación han crecido e incluido a los infantes y es esperanzador pensar que los colegios se preparan a darle la bienvenida a los alumnos con los brazos y las aulas abiertas de par en par.
Resulta un momento ideal para poder realizar una evaluación diagnóstica no solo de la calidad de los aprendizajes adquiridos por nuestros alumnos en estos últimos dos años, sino también del sistema educativo en América Latina. Sin lugar a dudas, la Pandemia COIVD-19 ha profundizado la brecha educativa de la región que ya era evidente pero ahora se ha agravado aún más. Para intentar comprender el estado actual de la educación en nuestros países resulta interesante tomar como punto de partida algunos datos extraídos del “Informe de seguimiento de la educación en América Latina y el Caribe sobre inclusión y educación”, publicado en diciembre 2020:[1]
- Las personas jóvenes con discapacidad tienen una probabilidad menor de 10 puntos porcentuales de asistir a la escuela en Ecuador, México y Trinidad y Tobago.
- En Argentina, 81% de los estudiantes recibieron tareas, pero solo el 69% tuvieron una retroalimentación.
- La falta de aprendizaje, la pobreza y la interrupción de los servicios de apoyo afectan principalmente a los más marginalizados.
- En 21 países, el 20% más rico tiene 5 veces más de probabilidades que el 20% más pobre de finalizar la enseñanza secundaria.
Teniendo en cuenta este contexto, los diversos Ministerios de Educación han intentado poner en práctica ajustes o adecuaciones pedagógicas para garantizar la menor cantidad de alumnos fuera del sistema, pero sabemos que esto no es suficiente. Las políticas públicas educativas todavía no han logrado renovar los planes curriculares y continúan con una alta exigencia de contenidos desarticulados entre sí y poco relevantes para el mundo globalizado que hoy tenemos. ¿Qué deben aprender nuestros alumnos y para qué?, ¿qué mundo queremos y que debemos hacer para que nuestros alumnos puedan liderar los cambios que son necesarios hoy para llegar a ese mañana? son interrogantes poco presentes en la agenda educativa regional.
El mercado laboral y el mundo universitario requieren ciudadanos capaces de articular sus opiniones ejerciendo su pensamiento crítico y creativo, a través de la colaboración y del desarrollo de las habilidades inter e intrapersonales y las competencias digitales. El respeto hacia otras culturas y el dominio de una segunda lengua como el idioma inglés son claves para que América Latina pueda recuperar el tiempo perdido en las inversiones educativas. Lamentablemente la mayoría de las iniciativas políticas no incluyen a la educación y los planes de estudio no enfatizan el aprendizaje ecológico, intercultural e interdisciplinario. Los diseños curriculares no dan cuenta de este cambio y continúan situando al alumno como un individuo pasivo y no ayudan a los alumnos a acceder a los nuevos conocimientos, y producirlos, e idealmente brindarles oportunidades para que puedas aplicarlos y criticarlos.
Pues bien, entonces ¿cómo podemos las instituciones educativas ser más efectivas en la preparación de los individuos para que puedan participar plenamente cívica y económicamente en sus sociedades y puedan contribuir a crear una comunidad, un país, un mundo más inclusivo y sostenible? No es a través de exámenes estandarizados ni con la misma pedagogía de cuando nosotros eran alumnos ni tampoco a través de preguntas que Google sabe responder mejor que nosotros. El gran secreto está en manos de un nuevo contrato social para la educación, el cual debe permitirnos pensar diferente sobre el aprendizaje y las relaciones entre los alumnos, los docentes, el conocimiento y el mundo. Así lo presentó la UNESCO en diciembre 2021 en su documento “Reimaginar juntos nuestros futuros”[2].
En el reporte se propone una pedagogía basada en la cooperación y en la solidaridad para crear y compartir conocimientos de parte de los alumnos y de los docentes (y no desde los funcionarios o investigadores educativos únicamente). En cuanto a la disparidad de la gestión pública y privada de los sistemas educativos también necesitamos abrazar las diferencias con una mirada empática hacia quienes tienen menos oportunidades para lograr una comprensión inclusiva y equitativa de las necesidades de cada uno de los integrantes de esta sociedad actual que deberá enfrentar grandes desafíos.
Ya no es suficiente garantizar el derecho a una educación de calidad en nuestros colegios, debemos asegurarnos de que sea a lo largo de toda la vida. ¡Ojalá que este año lectivo todos los alumnos encuentren su voz para lograr su autonomía y su desarrollo integral en nuestras aulas!