Por: José Darío Dueñas Sánchez (*)
En el pintoresco Valle del Cinto, entre las majestuosas montañas y los campos ondulantes, se encuentra un secreto bien guardado. Este lugar, bañado por la luz del sol y acariciado por la brisa fresca de las montañas, alberga un tesoro que ha deleitado paladares y cautivando corazones durante generaciones.
Los productores se alzan orgullosos en esta tierra bendecida por la naturaleza, sus hojas verdes danzando con cada soplo del viento. Los frutos, como joyas entre las ramas, maduran lentamente, absorbiendo la esencia única del Valle del Cinto: la riqueza de su suelo, la frescura de su aire y el cuidado de sus agricultores.
El zapallo de esta región es más que un fruto; es el fruto de un legado arraigado en la tierra misma. Los agricultores, con sabiduría transmitida de generación en generación, cuidan cada etapa del proceso, desde la siembra hasta la cosecha, honrando la tradición y el compromiso con la excelencia.
La tierra fértil del Valle del Cinto otorga a estos productos un carácter único. Sus sabores y aromas, influenciados por la altitud, el suelo y el clima especial de esta región, crean una sinfonía sensorial que encanta a los conocedores más exigentes.
Cada trozo de zapallo cosechado del Valle del Cinto es un tributo a esta región. Es más que un dulce placer; es una experiencia que transporta a los sentidos a este hermoso lugar. Es el resultado del esfuerzo de los agricultores, la riqueza de la tierra y la magia que se encuentra en cada grano de cacao.
Resalta la belleza natural del Valle del Cinto en Locumba y la calidad distintiva del zapallo que se cultiva en esa región obteniendo valores nutricionales muy buenos para salud.
(*) Consultor de Negocios Internacionales
Jose Dario Dueñas Sánchez