La Ruta Bioceánica de Capricornio avanza con respaldo político y cronograma claro, mientras el megapuerto de Chancay enfrenta retos de conectividad, regulación y geopolítica. América del Sur se reconfigura, y Perú podría quedar fuera del mapa logístico principal.
Mientras Perú apuesta por el megaproyecto chino en Chancay como su gran plataforma de conexión transpacífica, en el Cono Sur se consolida otra ruta: el Corredor Bioceánico de Capricornio. Con la firma de 13 acuerdos bilaterales entre los presidentes Lula da Silva y Gabriel Boric, Brasil y Chile refuerzan una alianza estratégica basada en la integración física, comercial y política, que tendrá como eje a los puertos del norte chileno —Antofagasta, Mejillones e Iquique— conectados con los estados brasileños del sur y centro-oeste.
Este corredor no solo se proyecta como vía clave para los minerales del noroeste argentino, sino también como un competidor directo para la ambición de Chancay de convertirse en hub sudamericano. A diferencia del caso peruano, el proyecto Capricornio avanza con claridad política, plazos definidos (finalización estimada: 2026) y sin el ruido geopolítico que genera la participación estatal china en Chancay.
Para algunos analistas, este nuevo bloque Brasil–Chile–Argentina podría relegar a Perú a una posición periférica en la red sudamericana de comercio con Asia. Mientras tanto, Chancay sigue esperando conectividad terrestre, acuerdos logísticos y una definición clara sobre su rol regional más allá del megapuerto.