Por: Edwin Chávez Zavala, CEO de Siemens para Perú y Ecuador
Los índices de percepción de la corrupción mundial del 2018 (IPC), reportados por Transparencia Internacional, indican con cierta decepción que casi todos los países de Latinoamérica se ubican en el peor tercio de los más corruptos del mundo. La calificación más cercana al 100 se define como “muy honesto”; y una muy cercana al 0, como “muy corrupto”. En la región, Uruguay (70) y Chile (67) son honrosas excepciones, frente a casos críticos como Perú (35), Ecuador (34), Bolivia (29), Nicaragua (25) y Venezuela (18).
Es difícil calcular exactamente cuál es el impacto económico negativo que tiene la corrupción en un país. Ciertos estudios del Banco Mundial afirman que los países pierden entre el 4% o 5% de su Producto Interno Bruto (PIB) debido a este flagelo. Por ejemplo, si tomamos el caso del Perú, que es uno de los países con más crecimiento en la región (4%), cuyo PBI nominal del 2018 estuvo en 230 mil millones de dólares, aproximadamente, calculamos que alrededor de 9 mil millones de dólares se pierden en corrupción.
Se preguntarán si esta cifra es mucho o poco. ¿Calculamos? En Perú, un kilómetro de carretera de 4 pistas tiene un costo aproximado de 1 millón de dólares. Con 9 mil millones, el país podría construir 3 súper autopistas desde la frontera con Ecuador hasta la frontera con Chile; o construir 71 hospitales generales de 126 millones de dólares, con 400 camas y equipados con la más alta tecnología médica, que podrían atender las necesidades de salud de 1 millón de personas por distrito. No habría rincón del Perú que no tuviera acceso a servicios de salud de calidad. También se podrían construir mil 285 escuelas estándar, de 7 millones de dólares, para mil alumnos, equipadas con laboratorios de punta y áreas deportivas de primera línea. Anualmente, un millón 285 mil estudiantes se beneficiarían de infraestructura de calidad.
La corrupción no solo roba a la sociedad posibilidades de disponer de recursos para utilizarlos en mejorar infraestructura, salud y educación; sino que mina sigilosamente la estructura ética y la moral, lo que lo convierte en un factor de subdesarrollo. Hoy, más que nunca, las empresas estamos llamadas a ser más éticas. La tecnología también nos abre oportunidades para ser más transparentes.